Luis Cernuda, el español desterrado,
y Constantino Kavafis, egipcio helenizado,
sufrieron los dolores del deseo imposible.
¿Admiraron a Sócrates, quien logró sublimar
pedagógicamente su amor por los muchachos?
¿Envidiaron al menos una vez a Tomás de Aquino
cuando logró, rezando, la evaporación de la lujuria?
Tienta seguir al filósofo en aquella firme y templada
indiferencia por Alcibíades, preludio de lo postulado
por su gran discípulo sobre el amor perfecto: distante
de los placeres de la carne, que hacen al sabio esclavo.
En cambio el camino del santo (la renuncia total)
no parece muy deseable. ¡Provoca espanto!
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