Dueño del mundo,
sucumbe ante un muchacho.
Hay más que goces sensuales:
es una historia de amor.
El amo se hace esclavo y
voluntariamente se somete
a la impaciente y apasionada
ternura del joven bitinio, quien
demasiado bello ahoga su cuerpo
para perdurar, estatuario, en la
memoria de dioses y hombres.
“Animula vagula, blandula”,
escribe el desconsolado César.
Lo salvará la poesía y la música,
y la conciencia de regir muchos destinos.
Antínoo, embalsamado en sus recuerdos,
será en la historia humana consumada
encarnación de Apolo, el precursor.
A diferencia del imaginario Olimpo,
ha vivido en el mundo, ha comido y bebido,
se ha entregado al sueño y a las delicias del amor.
El Emperador rió con él, y su fin lloró con tristeza.
A nosotros, muy lejanos en tiempo y jerarquías,
nos encandila aún con su hermosura marmórea. |