En un verano porteño del siglo veintiuno,
acalorado por temperaturas y deseos,
decido en medio de insomnio y cefalea
dejar por escrito eso que un cuerpo desató.
Hoy o ayer, ya no sé cuándo, el repetido
viaje en colectivo por rutinas laborales
otorgó la irrupción de tu solidez viril.
Tuve sitio privilegiado para observarte
durante todo el trayecto mientras dormías.
Ni un instante advertiste mirada o presencia.
He sido invisible, inexistente...
Así han sido estos días de febrero:
uno y más varones se suceden, expuestos
a esta codicia erótica, a mis ojos extasiados.
Hombros, brazos y pies descubiertos, potentes
entrepiernas y nalgas torneadas, suculentas...
Contemplo, asombrado, la pasión homosexual
que a lo largo de mi vida sigue intacta, huracanada. |