No hay quien ría al verme
mientras bailo emocionado.
No hay esposa o hijos
(tampoco un joven amante)
que conozcan mis íntimos
gestos, que sigan a las manos
dirigiendo una orquesta imaginaria.
No he sabido hacer que haya alguien
a mi lado, para ser yo a mi vez
conocedor de esos gestos, en los otros...
Estas mínimas, cotidianas dichas
que la vida da, ¿por qué las he vedado?
Ávido de hogar, no lo he tenido.
Ávido de amor, sólo en cuentagotas.
¿Codicioso de otras cosas habré sido?
¿Fue simple miedo, cobardía escondida,
o inevitable destino solitario, ya asignado?
En mi último suspiro, ¿seguirá este misterio,
o el enigma ¡al fin! será cosa del pasado?
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