El sabor exquisito del postre materno
me lleva no hacia atrás, sino al futuro.
Habrá un día, pienso, en que otro manjar,
en algún sitio, hará evocar este de hoy.
Recordaré a mi madre, con edad como la suya.
Agridulce sabor a partida inminente quizá
tenga la imaginaria confitura de otras manos.
Anciano ya, ¿con quién compartiré almuerzos
y charlas, atardeceres, penas y alegrías?
Estarán siempre los libros, la celestial música,
la presencia de afectos cercanos y fieles.
Inconmovible además la memoria de mis padres.
Pero, ¿seré capaz de que un profundo amor,
presente o ya partido, sea la más fuerte e intensa
de todas las compañías que sepa conservar?
El interrogante inquieta; el dilema del tiempo
y la soledad, estólida aún, cimentan la duda.
Me sereno pronto, sin embargo: hay mucho camino
todavía, reflexiono, desde aquí hasta el día soñado
en que mi boca recibirá ese fantasioso postre.
No apuro las cosas y acepto la lentitud de los avances.
Ya valió la pena vivir lo que he vivido, me digo.
Habrá mucho por ver, oír, recorrer y hablar.
Hay muchas caricias pendientes antes de que parta...
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