Quedó como insondable misterio
cuál era la “astilla en la carne”
por la cual el pobre Soren Kierkegaard
rompió su compromiso de amor con Regina.
Le preguntó a su médico si la voluntad podía curar
esa secreta anomalía que ni a sus Diarios confió.
Asumida como cruz la desavenencia radical
entre el alma y su cuerpo, la hizo fuerza espiritual.
Un lector y compañero suyo en angustias vitales,
al encontrar la conmovedora evocación que el dolido
filósofo poeta hace del joven de sugestiva androginia,
cree haber encontrado allí la razón de su tortura…
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