“Seré inmune a la desdicha / Mientras pueda escribir. / La palabra, trabajada, / Es alambique destilando penas…”. Estas líneas de José María Trujillo en el comienzo de uno de los textos que conforman sus nuevos Poemas heterogéneos, dan fe de un ars poética guiada por la fidelidad a la voz propia, a la propia verdad, lo cual implica una ética.
En efecto: si bien el libro se divide en siete capítulos (Poemas del Norte, De vida y de muerte, Poemas marítimos, Poemas teologales, Poemas de amor perecedero, La trama de lo escrito y Final, a manera de dedicatoria), el conjunto irradia un clima que brinda unidad dentro de la diversidad estilística. Trujillo, joven médico nacido en la ciudad de Buenos Aires y que antes había dejado una grata impresión con Poemas heterogéneos I, logra hallar aquí un tono sobrio y delicado, en el que la sensibilidad gusta ir unida a la reflexión dotada de una peculiar lucidez. Por ejemplo, cuando en «Diálogo inconcluso» constata la extrañeza de mirar al propio yo (que de algún modo es otro) cuando uno se mira en el espejo; extrañeza casi hamletiana, aunque “Tampoco el instante se prolonga / En repetidos interrogantes a lo Hamlet / (No hay además regicidios ni está Ofelia / En el reducido espacio de mi baño). / Sólo la sorpresa de estar allí, / De constatar que el gesto cotidiano / Corrobora la existencia…”. No hay aquí obviedades ni lugares comunes, y sí esa capacidad de asombro ante lo cotidiano pero que no es banal en absoluto.
Late, en el fondo, una intensa religiosidad, que en la primera sección del libro, alusiva a un paisaje provinciano, se traduce, entre otras observaciones, en el destino cíclico de la golondrina, cuyo vuelo circular en torno al poste de luz tanto puede ser un vuelo inaugural como uno de los últimos: “notable similitud del principio y el fin”. Similar aptitud para incorporar la naturaleza al reino de los “sentimientos pensados” bulle en los Poemas marítimos, en la comprobación de lo efímero de las vacaciones junto al mar “con el espíritu en blanco”, pero también de lo fugaz de la vida: “¿Cuándo fue que este señor envejeció?”, se interroga el poema «Cronos (uno)».
La devoción de los Poemas teologales –donde Trujillo trata a Dios con el familiar “Vos” – y la sencillez de los poemas de amor se complementan con el homenaje que el capítulo penúltimo rinde a la escritura y a la lectura, donde el poeta tiene plena conciencia de que somos humanos en tanto somos lenguaje. Y los poemas de cierre, «Carta al cielo» y «Bar Mitzvá», amplían el abanico religioso en el respeto a la diversidad de credos.
En fin, un digno poemario que merece ser recorrido con el ánimo abierto. |