En la pequeña iglesia,
Donde busqué refugio para orar
Por aquellos que van a partir,
Veo el mural, hermoso
(Por bello y por humilde).
Su artista quiso que tus ojos,
Jesús, penetren a quien mira.
Sostengo con esfuerzo esa intensidad,
Y pienso en lo imposible de soportarte vivo.
Habría visto con espanto tu maltrato,
La flagelación morbosa y la Cruz,
Inculpando en silencio a la multitud.
Eso hubiera sido todo.
No, algo más. Condescendiente,
Meneando la cabeza, mi mente,
Pretendidamente ecuánime,
También a Vos habría acusado:
“Se lo ha buscado, con su soberbia
Mesiánica. Dios es inasible.
Este hombre pretende demasiado”.
Después, con el rumor de tu regreso:
“No bastaba la leyenda de milagros;
Ahora dicen que ha resucitado. Siempre
Más desmesura. Esto es demasiado”.
Escéptico, limpio de locuras,
Aferrado a lógicas griegas y romanas.
Así, Jesús, ufano, te habría yo mirado.
Pero he nacido dos milenios después,
Y a quererte, desde niño, fui enseñado.
Ahora, sin infancia, con razones
(¿De qué sirven, las pobres?)
Me siento a mirar tus ojos, que una mujer
Aquí ha pintado, y pienso si en verdad,
Lo tuyo, ha sido demasiado.
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