Contra Darwin y el Génesis,
Un único argumento parece irrebatible
Al buscar finalismo en el múltiple Universo.
No la función ni su eficacia. Tampoco innato aliento.
Cerebros desbordantes, destrezas superiores
Y ojos sofisticados no superan la asombrosa
Belleza de la forma humana:
El perfil de un muslo y la perfección del torso
Sólo pueden haber sido imaginados por un impúdico,
Pagano dios, más afecto a la carne que al espíritu.
Quizá luego una mayúscula cambió nuestro destino.
Advino la culpa del placer, la interdicción del puro goce.
Mas el mundo estaba hecho.
Un plan inicial, diseñado para estéticos éxtasis,
Fue usurpado con almas, escolásticas, conciencias insufribles.
Aunque nuestra mirada quedó adherida al estado primigenio
Y traiciona toda sublimación, todo intento de desencarnada
Trascendencia hacia el utópico sitio en el cual el único deseo
Será permanecer, eternos, ante la Sublime Presencia.
Mientras tanto los Evangelios amenazan y debemos cercenar
Ojos o manos que intenten atrapar, sin otro fin que disfrutarla,
La erótica obra del destronado y oculto (por ignominioso) creador.
Desobedecemos, se sabe, los duros mandatos. Y, sensatamente,
Algunas teologías elaboraron los ritos del perdón. De allí su éxito.
En algún lugar, ajeno a pecados y absoluciones, el pequeño dios ríe y festeja
El persistente triunfo de su finalidad: la visible hermosura de Apolo y Afrodita.
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