Este poemario, que junto con El deseo dice su nombre es el más reciente del autor, pone de manifiesto las cualidades que ya habíamos advertido en este médico nacido en Buenos Aires en 1958, volcado con unción a la poesía, y cuyo primer opus publicado –Poemas Heterogéneos- vio la luz no hace mucho tiempo: en 2004.
Llama gratamente la atención descubrir ante todo la rica multiplicidad de intereses que estimulan la palestra de Trujillo y aquí reunidos en los capítulos «Poemas paternos», «De la Quebrada y la Puna», «En las orillas del Mar Dulce», «La labor de las musas”, «Poemas de los oficios», «Memoria amorosa», «Eros sacrílego», «Palabras propias y ajenas» y «Final, a manera de dedicatoria»; la sola mención de estos títulos dice de esa fecunda heterogeneidad. Que no implica, por fortuna, indiscriminación. Trujillo tiene el suficiente gusto y criterio como para mantener un nivel más que digno en el lenguaje y el imaginario poéticos, con una sintaxis flexible, que sabe sugerir lo que se propone. Todo ello, unido a una fina sensibilidad que exacerba la captación de detalles y momentos significativos.
Un buen ejemplo de estas virtudes es el poema inaugural, Docencia poética: “Resisto la visita a mi padre / ¿A quién temo ver hoy en verdad? / ¿Al padre que amo o al frágil anciano / Sumido en silencio que quiero evitar?…” Enseguida, al comprender que Padre e hijo están duplicados en “los que somos y los que supimos ser”, el poeta concluye en certera imagen: “…tomaremos el té / Hoy los cuatro, con sonrisa y silencios.”
Imposible en este breve espacio espigar los muchos logros -y posibles defectos, por qué no- en la variopinta inspiración de Trujillo. Baste alertar sobre otro de los múltiples hallazgos de dicción e imaginación, que atrapa al lector desde Meditaciones etílicas: “He soñado múltiples vidas: / Navegante solitario, monje enclaustrado, / Libertino dieciochesco, alquimista ensimismado… / Todo eso (nada de eso) soy aquí, / En este lupanar de alimentos llamado restaurante…”
Sin mengua en la calidad de lenguaje, Trujillo sabe pasar así de la densidad dramática de las palabras al Padre, a la ligereza -no exenta de filosófica sabiduría- de los versos citados en último término. O al amor a la madre que rebosa el poema de cierre: “¿Existe el oficio materno? / Si es así, mamá, lo desempeñás muy bien.”
Cabe, pues, saludar en este libro la reafirmación de un poeta cuidadoso y vigilante de sus dones. |