Todos somos San Pedro alguna vez
Y negamos a nuestros seres queridos.
Repetimos incluso la ofensa
Y debemos aceptar nuestra cobarde,
Infortunada humanidad.
Pero hay ocasiones (¡tan felices!)
En las cuales, con esa dualidad
Que a pesar suyo nos enseñó el apóstol,
Capaces somos de ofrendar todo
Por cuidar a aquellos que amamos.
Antes del tercero de los avisos evangélicos,
Sin que sea necesario que ocurra un calvario,
Sabemos acercarnos con afecto y ternura.
El mejor acto de fe que pueda profesarse. |