Suele oírse en cenáculos
Que siglos atrás un poeta,
En sus últimos instantes,
Miró fijo a los discípulos
Y dejó su testamento oral:
“Desconfiad, mis queridos,
De la obra en lujosa edición
Asociada a fulgurante éxito”.
(Toda leyenda que se precie,
Sabemos, necesita centurias y
El uso del mayestático vosotros.)
“Aspirad, a lo sumo, a respeto
Póstumo. Los contemporáneos
Sólo pueden brindar prestigios,
Fama o Academias. O peor aún,
Os digo, corruptores dineros”.
(Aclaremos que el poeta de marras
Conoció las suntuosidades aludidas.)
“Y si sois pretenciosos, os lo ruego,
Soñad que algún día vuestros libros
Poblarán mesadas de precios exiguos.
Aseguro que allí están los mejores”.
(El venerado maestro, con leve sonrisa,
Cerró al fin los ojos y dejó de existir.)
Los que creen en ultraterrenos sitios
Donde socializan los que ya no están,
Dicen que allí, cada tanto, dialogan
Alberto Girri y Joaquín Giannuzzi.
Según esta segunda, feliz y más cercana
Mitología, juntos recuerdan y asienten
A las legendarias frases del poeta extinto.
¿Que todo esto es mera fantasía?
“Bienaventurados los que creen,
Pues de ellos será el reino de la poesía...”
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