Error borgiano el menosprecio del fútbol.
Nuestro máximo escritor no pudo disfrutar
Los juegos que aparentan omitir el intelecto.
Rechazaba religiones, salvo una: la mental,
Practicando una de las posibles formas de la
Ascética vida del convento: fue bibliotecario.
Él, que ostentó una memoria prodigiosa,
Olvidó a veces una premisa propia: de los
Humanos gestos proviene la humana poesía.
Supo Homero celebrar los cuerpos viriles
En trance guerrero, preludiando anatomías
Que surgieron de potencias y destrezas vivas,
Antes de significar partes mutiladas y estáticas.
Arbitrariamente, el fantástico ciego porteño
Forzó una mitología arrabalera, dotándola de
Puñaladas y muertes que por él se hicieron nobles.
(A la vez, condenaba a los gauchos y a los goles.)
Quizá su vista no pudo ver más objetos y seres
Porque sus ojos sufrieron la enfermedad platónica:
El amor extremo por la idea, perfecta y eterna.
Se perdió así la novela futbolera, repetida y novedosa.
Cada cuatro años la trama, idéntica, gusta otra vez.
Algún personaje es ya conocido. Como en Dickens,
Lo vemos crecer con sus mañas, picardías y talentos.
Desfilan países y colores, certezas y suspensos.
Aparecen las promesas, los fracasos y sorpresas;
Opinan y gritan el grande, el nieto y el vecino.
Sin terremotos, ni tsunamis, guerra o bombas,
En reunión o en soledad, se detiene el pulso del planeta.
Los capítulos marcan nervios, pasión, fastidio y contento.
Y el final será anticipo de otro libro, igual, distinto...
Una especie de ficción que al maestro tenía sin cuidado.
Pero es cierto que tenía derecho al capricho del deseo.
Como nadie entre los grandes advirtió que hay lecturas
Para todos, y heredamos de él el mejor de los consejos
Que podría formularse, en su homenaje, de este modo:
“Si otros dicen que tal libro es un clásico, magnífico o genial,
Pues bien... que lo ensalcen academias, lo disequen y embalsamen.
Si a mí me da bostezos, estimado lector, yo a ese libro... no lo leo”.
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