“Enciendo la luz de la cocina. / Hay un breve reconocimiento / Mutuo, entre las cucarachas y yo. / Me asombra el asombro de ellas…”. Hemos escogido adrede estos versos del muy interesante poeta y médico homeópata José Trujillo -poema donde también se pregunta si un día no deberá pagar “estas repetidas matanzas caseras” y “Puedo verme así en versión porteña / del infortunado Gregorio Samsa”-, porque ayudan a percibir la soltura con que el autor maneja un lenguaje que elude las caídas en lo retórico o grandilocuente. Que sabe “bajar a tierra” los grandes temas poéticos. Y, sin embargo, se le atreve a los múltiples asuntos que hacen al devenir humano, desde lo más cotidiano a lo metafísico.
Una recorrida por el parque Rivadavia le sirve para compenetrarse con Lo-Otro que lo rodea, comenzando por el gorrión al que, por su oscuro plumaje, la imaginación del poeta transforma en el cuervo de Poe. Hasta que, tras alternar con gentes que comen y ríen, confiesa: “Finaliza la tregua. Vuelvo a la cotidiana, obligada cordura.”
Las secciones de este poemario sugieren su rica gama de intereses: De rutas y arenas, del Sol y la Luna; Ars médica; Melodías y lugares, gentes y pensares; Católica variedad; Arbitraria zoología; Madre patria, materna poesía; Espiritismos literarios; Final, a manera de dedicatoria.
El amor y la amistad, la recreación de personajes históricos, la ironía y el fascinado asombro de vivir, palpitan en este poeta, capaz hasta de encontrar la Iluminación en un caracol: “Ví hoy al caracol esconder / Su cuerpo blanco grisáceo / En la arena, bajo las olas. / Súbitamente, la vida tuvo / Renovado sentido para mí”.
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