He indagado largamente en librerías.
¿La causa? Hubo dos en realidad.
Fue la primera un joven porteño
Y la segunda un veterano poeta español.
Me explico mejor ya, pues el relato es largo:
Ingresé, llevado por la atractiva vidriera,
En una elegante librería de la avenida Callao.
Enseguida quedé conmovido por un joven.
Sus cabellos y su ropa con virutas evidenciaban
Algún trabajo casero al que antes estuvo dedicado.
Revisaba, ávido y ansioso, un libro tras otro.
Tanta era su exaltación que llegué a escucharle murmurar,
Ensimismado: “¡Quién tuviera dinero para llevarlos todos!”
Me impuse lentitud en las mesas y anaqueles para observar
Con feliz demora sus manos que sin pausa insistían, febriles...
Permitió aquello que por azar encontrara el libro de un poeta.
Suficiente fue hojear algunas páginas para admirar su fineza
Y hallar, con asombro, una magistral referencia a otras manos;
Las de Luis Cernuda, quien debió afrontar rencoroso destino.
Esas que algún día, tristes, como muertas en museo, escribieron:
“Mano de viejo mancha
el cuerpo juvenil si intenta acariciarlo.”
Vino allí el peregrinar a otras librerías, tan persistente como
La investigación llevada a cabo por el inquieto muchacho.
Son algunos los libros que justifican, especialmente, largos años
De entusiasmos y fatigas oculares. Ensayo de una despedida
Será para mí uno de esos amigos fieles, no tengo duda de ello.
He llegado a este volumen, ya se ve, por el joven lector apasionado.
¡Ah! ¿Qué fue de él? Pido disculpas por el olvido:
Salí detrás suyo. Subiendo a la bicicleta me miró apenas... y partió.
Dos fueron las causas del periplo, dos las habituales consecuencias.
Una búsqueda, la literaria: exitosa, para siempre.
La otra, amorosa: ineficaz. No es sorpresa, y por ello,
Como casi una regla de mi vida debe ser... será poema. |
