¿Hay destino más solitario?
De apóstol a verdugo arrepentido,
Su horror es mayor que el de Caín,
Ignorante quizá de toda trascendencia.
Paradigma de traición que nadie exculpa:
Ni los seguidores ni los que desearon el fin
De Aquel que decía ser El Hijo lo perdonan.
¿Tanta furia al Maestro, de haber sobrevivido,
Lo hubiera tornado, vehemente, un Pablo de Tarso?
¿Tendrá piedad por él la comunión de los santos?
Nada sabemos, es cierto, sobre Dios y sus designios.
Pero escalofríos da pensar en este pobre hombre,
En que haya sido engranaje inevitable del Calvario,
En su terrible lucidez al descubrir eso que hizo,
Ese instante del error que, monstruoso, no retorna.
(Quizá Jesús, apenas muerto, lo haya consolado.)
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