A Federico Cristófol
Contento, he recogido hoy diminuta piña
Del suelo que nutre las coníferas, palmeras
Y magnolias que fueran de Gregorio Lezama.
Botánica soñadora resulta ser ésta de hoy,
Pues me lleva a imaginar vida en familia:
Veo al hijo pasear con la madre o una de sus tías.
El pequeño Lezama, andando a la sombra
De los árboles, ha tomado quizás
Su piña con feliz deleite al hacerlo.
Clarividente estoy: veo en este momento pasar por aquí
(Aun cuando todavía no ha sucedido) a un niño de ahora,
Del moderno San Telmo, en alegre compañía de su abuela.
Va de camino al colegio… ¡y sí, levanta también él otra piña!
Le juro que no he tomado ninguna extraña sustancia
Ni padezco psiquiátrico ataque debido a malévolo estrés.
Simplemente he recurrido a un inadvertido, olvidado recurso:
La infancia, ese alucinante mundo de la niñez, es territorio
En sí mismo, gigante y eterno, un lugar que escapa a toda
Noción temporal, y que a todos hermana en pasado y futuros.
(Una especie de archipiélago de parques, de infinitos Lezamas...)
Allí volvemos, estamos, aun sin saberlo, en edades adultas.
Sólo hace falta darse cuenta, y ejercer este bello derecho.Las corridas que de grandes sufrimos, las máscaras
Que debemos portar para cumplir con el mundo,
Tienen esta opción de gozar su solaz y refugio.
Cada tanto tengo un ramalazo de conciencia
De esta extraordinaria posibilidad y decido
Tomarme recreo, pero no en el parque:
Vuelvo un buen rato a la escuela primaria
Y me siento en ese banco de la primera fila
(Era yo más bien bajito en tercer grado)
Dispuesto a escuchar, extasiado, con ojos abiertos,
A nuestro genial y muy querido maestro, que nos cuenta
Y nos lee, con talento actoral, sus apasionantes historias.
¡Si supiera él que es el día de hoy, y lo sigo oyendo...!
|