Caminata mágica ha sido ésta
En los primeros días de enero.
Es una jornada de viento impetuoso,
Buscamos alivio entre los eucaliptos
Y pinos de la calle de antiguos chalets.
Pasan cada tanto los cuatriciclos a pedal,
Vemos la gruta con la Virgen, la esquina
Que alguna vez fue desnudo terreno familiar,
La capilla de bellos frescos, la iglesia moderna
Con sus múltiples y artísticas tallas de madera.
Recordamos los paseos con parientes queridos:
La alegría de la cita costera repetida en los años
Y distintos jocosos momentos con ellos vividos.
De pronto, extrañeza: creo que estoy achicado,
Que ya no percibo a mi madre desde cierta altura
Y mi mano, por pequeña, se escurrió de la suya...
Lo inverosímil de la sensación no parece afectar las
Formas corporales, y sigo siendo el hombre maduro
Que lleva del brazo a la madre que marcha a su lado.
Pero aun así, curiosamente, el retroceso es notable:
Mientras hablamos de hortensias o elogiamos duplex,
El niño que fui vuelve a pedirle ir al cine a ver aquella
Anhelada película con cuentos de los hermanos Grimm,
Le relata excitado cuántas uñas de gato he “pescado”
Junto con la banda de amigos, de las ovejas aparecidas
Inesperadamente en el campo baldío de al lado, ése de
La temible casa abandonada a la cual un valiente ingresó.
Emocionado, le digo qué feliz he sido con las atenciones
Y mimos que una prima y su amiga bellísimas me dieron,
La alegría de hoy mismo, al ver saltar las lisas en las olas;
Cómo espero, ansioso, ese disfraz de pirata en Carnaval...
La mano se agranda y las articulaciones algo anquilosadas
Anuncian que el fantasioso viaje finalizó ya, y he retornado.
Miro a mi madre: regresé a la adultez y a su actual compañía,
Tan grata en las hortensias de ahora como en aquellos días...
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