Si cada tanto le aprisiona a usted una invencible,
Odiosa envidia de aquellos genios descubridores
Que ponen en evidencia las rutinarias medianías,
Pesada levedad o anodina existencia, imagine un
Señor durmiendo en la sala de autopsias: cirujano
Agradecido que honra a sus maestros, será luego
Revolucionario anatomista y fisiólogo obsesivo
Con marca registrada: las membranas. Por ellas
No descansa y devela un mundo nuevo. Nos dijo,
Al fin, de qué estamos hechos, describió el mapa
Interior humano, nuestras más íntimas texturas.
Pero no piense usted que por pasar el tiempo
En compañía de los guillotinados cadáveres
Que le darían pasaporte a su deseada gloria,
El hombre era lo que hoy se dice un amargado.
Pues no, parece que era alegre y encontraba ratos,
También, para jolgorios (“abusar de los placeres”).
Y le cupo entonces otra frase, más moderna; ésa
Que dice: “Amigo, así no hay cuerpo que aguante”.
Entre clase y disección anduvo escupiendo sangre
Hasta que, agotadísimo, se les cayó por la escalera
A los bien escasos treinta y un años de joven vida.
El noble doctor Corvisart quiso salvarlo, sin éxito,
Y pasó lo que a los héroes les pasa: inmortalidad.
Así que usted, quejoso de las rutinas que le tocan,
Piense seriamente (sigamos con las frases hechas)
Que en este mundo, mi estimado, “todo no se puede”.
¡Tome su decisión!: deje las francachelas, vinitos,
El spa, vacaciones con sombrilla y jugo de coco,
Y póngase a trabajar en serio si quiere conseguir algo
Como el genial Bichat y seguir a la vez de este lado
De la línea invisible. Después de todo, bien sabemos
(Ésta es la última): “Al que quiere celeste, que le cueste”.
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