La mira a los ojos. Ahora puede hacerlo. Durante unos cuantos minutos eludió esa mirada, al menos toda la mirada, pero ahora puede. Y es curioso, apenas lo hace siente un casi inmediato alivio. Pero no porque haya finalmente enfrentado lo temido. No, el alivio proviene de la mirada en sí misma, tan profunda. Él siente que sus hombros caen, ya no están tensos y alertas. Se diría que esos ojos lo alivian de otras cargas muy pesadas, acumuladas quizá durante años.
Ella está hundida en la cama, de costado hacia él, que está precariamente sentado en un taburete. No puede decirse que sus ojos se destaquen en su cuerpo, tan débil, pero sin embargo es ella entera que está ahí. Sus labios sólo dicen un poco después lo que sus ojos dijeron ya, incluso con más elocuencia: “Estoy tan cansada...”. Y él entiende. Y ya no quiere dejar de mirarla a los ojos, porque, aunque no lo sepa en ese momento, ahora que ella ya no le pide nada, él puede darlo –darse- todo.
En un instante cree ver uno y todos los sufrimientos, pero esa luz opaca y dulce logra que la compasión dolorosa que suele sentir se transforme en comprensión pacífica. Sí, esos ojos le están enseñando. Atrás quedan ahora todas las cavilaciones en sus viajes para verla, llenos de dudas y ansiedades. Ya no hay nada de eso. Ahora, sólo la luz que despide esa mirada, que lo envuelve, que lo acuna casi...
Él también habla poco. Solamente le dice que sí, que lo sabe, y es suficiente. Más tarde él se asombrará de que uno de los momentos más fuertemente emotivos de su vida haya transcurrido así, en penumbras, en un cuarto donde el aire y las cosas allí presentes parecían negar lo que ocurría.
Ella está rodeada de ella misma. En las paredes y en sus muebles las fotos de sus seres amados, los diplomas de sus hijos, los mensajes de afecto recibidos. Todo eso es ella misma pero más que nada lo es su mirada. ¿Sabrá ella cuánto le está dando, cuánto lo ayuda a él, que se supone debería ayudarla?
Él no sabe que lo sabe, pero su cuerpo sí. Sus propios ojos se han fundido en esos otros. Es tan raro... Los ha mirado tanto y no puede ni podrá recordar su color. Es que los ojos han obrado aquí como puertas al alma. Y las puertas se han abierto.
Es extraño. Él es su médico, pero siente que nunca lo ha sido tanto como ahora, en el momento en que nada puede hacer por ella, más que mirarla a los ojos.
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