Nunca imaginé que las páginas que más me iban a emocionar de un gran poeta, serían las de sus memorias. Es cierto que muchos años atrás descubrir “Soneto de tus vísceras”, o “Al hueso esfenoides” fue toda una revelación para un estudiante de medicina, acostumbrado a ver en semejantes nombres sólo objetos de estudio. Por añadidura, usualmente putrefactos. También es cierto que Fernández Moreno era para mí un personaje mítico desde la infancia, ya que pasaba por la que había sido su casa cada vez que visitaba a mis abuelos, y mi padre me contaba siempre como él había podido verlo a menudo en el patio de esa casona, vestido con su “robe de chambre”. Pero el hecho es que en Vida y desaparición de un médico y en La patria desconocida encontré, felizmente, una de las muestras más acabadas de la perfección en la escritura, por su emotiva sencillez. Aquella “desaparición...” es mucho más que el relato sincero de quien abandona una profesión para ser poeta: es la decisión de alguien que decide disolverse en la poesía. A su vez, en “La patria...” no se asiste meramente a la descripción de unas tiernas memorias de infancia. Uno en realidad vive esa niñez de prestado, se diría que puede olerla y tocarla. Además no se siente uno transportado solamente al pasado de un niño, sino al de todo un país. O quizá sería mejor decir de los países que constituíamos entonces, con pequeñas “Españas” e “Italias” en una Buenos Aires cosmopolita por invasión. En fin, digo que pocas veces la lectura me ha brindado tanto placer como en las suaves, humildes y sensibles páginas de Fernández Moreno, poeta aun en la prosa.
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