Galina Tolmacheva dice en su prólogo al Teatro completo del gran dramaturgo ruso que para poder interpretar sus obras correctamente el actor debe ser capaz de leer previamente su “subtexto”.
Deseé con intensidad en épocas teatrales de mis ya bien pasados treinta y pico (casi cuarenta, en rigor) representar algún día el monólogo “Sobre el daño que hace el tabaco”. En esos años, tras unos meses de haberlo releído, pude verlo en una versión libre del actor Daniel Garibaldi. Hacia el final de la representación él agregaba una frase muy reveladora de su propia lectura del subtexto, diciendo que hay algo mucho más peligroso que el tabaco: el no poder soñar, el dejar de soñar. Creo que fue esa frase en especial la que me hizo evocar entonces un recuerdo que tiene que ver con el título de estas líneas.
Tuve en una ocasión que atender a un señor que había sido paciente de ese maestro de la homeopatía argentina que fue Tomás Paschero. En esa consulta y con respecto a su inveterado hábito de fumar, me contó que Paschero le había dicho que él jamás se iba a enfermar por el tabaco sino, en todo caso, por reprimir el deseo de fumar. Que en realidad el mayor riesgo para su salud residía precisamente en la represión de sí mismo.
A mí esa declaración no me satisfizo y la utilicé más de una vez para ilustrar cierta desviación del sentido de la realidad que tienen los férreos defensores de posturas médicas heterodoxas. De hecho, sigo considerando poco razonable no advertir a los pacientes “sobre el daño que hace el tabaco” y conversar sobre ello lo que resulte necesario.
Sin embargo me pregunté, gracias a esa sentida representación de la pequeña joya chejoviana, cuál sería el “subtexto” de esa frase de Paschero. ¿No habrá querido decir, como Chéjov (y Garibaldi), que hay peligros más grandes que el tabaco (o el colesterol, o los accidentes) en la vida de todos nosotros? ¿No son acaso más graves las insatisfacciones que las anormalidades? ¿No es acaso más importante cumplir con nosotros mismos, antes que con los valores normales de un laboratorio? Y no me estoy refiriendo por supuesto a la satisfacción de compulsiones que nos hagan daño, sino a cumplir con nuestra propia persona, con nuestras necesidades más básicas, más... humanas.
Es por todo eso que pude pensar: ¿habrá leído Paschero a Chéjov? Por cierto, en cuanto a esta pieza se refiere, es obviamente sugestivo que el propio Chéjov haya sido médico. Médico, artista y tuberculoso. Uno puede imaginar –y ver en sus obras- cuán especial era su percepción del sufrimiento humano.
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